DESPERTAR AL AMOR

domingo, 25 de octubre de 2020

25 OCTUBRE: Te amo, Padre, y amo también a Tu Hijo.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS 


LECCIÓN 298


Te amo, Padre, y amo también a Tu Hijo.


1. Mi gratitud hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo. 2Y, de esta manera, se me restituye por fin mi Realidad. 3El perdón elimina todo cuanto se interponía en mi santa visión. 4Y me apro­ximo al final de todas las jornadas absurdas, las carreras locas y los valores artificiales. 5En su lugar, acepto lo que Dios establece como mío, seguro de que sólo mediante ello me puedo salvar, y de que atravieso el miedo para encontrarme con mi Amor.

2. Padre, hoy vengo a Ti porque no quiero seguir otro camino que no sea el Tuyo. 2Tú estás a mi lado. 3Tu camino es seguro. 4Y me siento agrade­cido por tus santos regalos: un santuario seguro y la escapatoria de todo lo que menoscabaría mi amor por Dios mi Padre y por Su santo Hijo.




Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

“Mi gratitud hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo” (1:1). Aquí está hablando de mi amor al Padre y a Su Hijo. Como a menudo señala el Curso, en mi mente errada tengo miedo de mi propio amor al Padre y a Su Hijo, porque parece que si me entrego a él, me perderé en lo infinito de Dios. Lo que perderé en Él es “mi pequeño ser”, pero no mi verdadera Identidad. Es mi falsa identidad lo que temo perder y a la que me aferro (intentando conservar la identificación con el ego), es mi falsa identidad la que me hace tener miedo de mi propio amor a Dios.

“Mi gratitud” es lo que “hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo”. Mi gratitud es simplemente la aceptación de los regalos de Dios y mi agradecimiento por ellos: “Acepto lo que Dios establece como mío” (1:5). Cuando renuncio a lo que creo haber hecho (la identidad del ego) y en su lugar acepto con agradecimiento el regalo de Dios de mi verdadera Identidad, de repente mi amor a Dios y a Su Hijo no son ya aterradores. Todo lo que hace que parezca temible son mis inútiles intentos de hacer real lo que nunca fue real y aferrarme a la separación.

En lo profundo de mi corazón, Padre, yo Te amo. Renuncio, aunque sólo sea por un instante, lo que he estado intentando proteger. Libero mi amor para que se extienda libre y sin obstáculos. Me permito sentir su profundidad. A menudo me parece que no Te amo; ahora, es refrescante y purificador permitir la libre extensión de ese amor, reconocer su presencia dentro de mí. Tengo el regalo de mi segura Identidad en Ti, no hay necesidad de proteger esa “otra cosa” que no existe.

En lo profundo de mi corazón, Padre, yo amo también a Tu Hijo, el Cristo, Quien es mi verdadero Ser y el Ser que comparto con toda cosa viviente. Acepto al Hijo como mi Ser, y acepto a mis hermanos como parte, junto conmigo, de ese Ser Único. Tu Hijo es Tu regalo para mí, y es lo que yo soy. A menudo me parece que no amo algunos aspectos del Hijo, algunos de los que parecen ser distintos a mí, o que parecen enemigos. Ahora, en este momento, los reconozco a todos con agradecimiento como partes de mi Ser. Ya no estoy protegiendo, al menos en este instante, el pequeño aspecto separado que conozco como “yo”. Los abrazo a todos con amor.

Estoy tan contento de que Tú describas el viaje como “atravieso el miedo para encontrarme con mi Amor” (1:5). Porque hay miedo. Tengo miedo de abandonar el “yo”. ¿Quién seré? ¿Qué quedará? Qué maravilloso es saber que lo que temo perder no se pierde, se extiende y eleva a algo mucho más grande de lo que yo haya podido creer. Cuando he atravesado el miedo, lo que encuentro es mi Amor. ¡Esto es cierto! ¡No hay sacrificio!

Y me siento agradecido por tus santos regalos: un santuario seguro y la escapatoria de todo lo que menoscabaría mi amor por Dios mi Padre y por Su santo Hijo. (2:4)


¿Qué es el mundo real? (Parte 8)

L.pII.8.4:2-3

Cuando empezamos a ver el mundo real, empezamos a despertar. Quizá hemos tenido pequeños atisbos del mundo real. El Curso se refiere a “Un ligero parpadeo, después de haber tenido los ojos cerrados por tanto tiempo” (T.18.III.3:4); quizá hemos sentido eso, por lo menos. Cada atisbo del mundo real que experimentamos es un poco como las imágenes borrosas de mi habitación cuando estoy dormido y a punto de despertarme. Algunas veces esas imágenes que destellan sobre nosotros cuando nuestros ojos se abren por un instante, se integran en un sueño que continúa. Así es como estamos. Estamos en ese extraño estado entre dormir y despertar. El Curso lo llama la zona fronteriza entre mundos, en que “Eres como alguien que aún tiene alucinaciones, pero que no está seguro de lo que percibe” (T.26.V.11:7).

“Y sus ojos, abiertos ahora, perciben el inequívoco reflejo del Amor de su Padre, la infalible promesa de que ha sido redimido” (4:2). Todavía no estamos completamente despiertos, pero estamos despertando. Las imágenes del mundo real reflejan el Amor del Padre por nosotros. Las nuevas percepciones, que nos da el Espíritu Santo, refuerzan nuestra confianza de que nos hemos salvado sin ninguna duda.

Cuanto más vemos el mundo real, más nos damos cuenta de que el tiempo ya no es necesario. “El mundo real representa el final del tiempo, pues cuando se percibe, el tiempo deja de tener objeto” (4:3). El propósito del tiempo es que veamos el mundo real. Cuando lo percibimos, el tiempo ya no es necesario porque ha cumplido su propósito. En el Cuarto Repaso del Libro de Ejercicios se nos dice que cada vez que hacemos una pausa para practicar la lección del día, estamos “utilizando el tiempo para el propósito que se le dio” (L.rIV.In.7:3). Cada vez que nos paramos e intentamos vencer un obstáculo a la paz, cada vez que dejamos que la misericordia de Dios venga a nosotros en el perdón, estamos utilizando el tiempo para el propósito que se le dio. “Para eso se hizo el tiempo” (L.193.10:4).

Que hoy utilice el tiempo para el propósito que tiene. Que recuerde la lección, por la mañana y por la noche, y cada hora entre medias, y a menudo durante cada hora. Que coopere gustosamente en el cambio de mis percepciones. Cada vez que sienta que algo altera mi paz, me volveré a mi interior y buscaré la sanación de la Luz de Dios. Que me dé cuenta de que esto es para lo único que sirve el tiempo, y que no hay mejor manera de emplearlo. Que busque acelerar la llegada del día en el que ya no tendré más necesidad de tiempo, en el que mis percepciones se hayan unido a la visión de Cristo, y el mundo real permanezca brillando lleno de belleza ante mis ojos.






 













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