DESPERTAR AL AMOR

martes, 15 de septiembre de 2020

15 SEPTIEMBRE: Que recuerde que Dios es mi objetivo.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS

LECCIÓN 258


Que recuerde que Dios es mi objetivo.


1. Lo único que necesitamos hacer es entrenar nuestras mentes a pasar por alto todos los objetivos triviales e insensatos, y a recor­dar que Dios es nuestro objetivo. 2Su recuerdo se encuentra oculto en nuestras mentes, eclipsado tan sólo por nuestras absurdas e insignificantes metas, que no nos deparan nada y que ni siquiera existen. 3¿Vamos acaso a continuar permitiendo que la gracia de Dios siga brillando inadvertida, mientras nosotros preferimos ir en pos de los juguetes y las baratijas del mundo? 4Dios es nuestro único objetivo, nuestro único Amor. 5No tenemos otro propósito que recordarle.

2. No tenemos otro objetivo que seguir el camino que conduce a Ti. 2Ése es nuestro único objetivo. 3¿Qué podríamos desear sino recordarte? 4¿ Qué otra cosa podemos buscar sino nuestra Identidad?



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

¿Te has dado cuenta de que estamos en una serie de lecciones “Que recuerde”? Hay cuatro “Que recuerde” seguidas empezando con la lección de ayer: “mi propósito”, “que Dios es mi objetivo”, “que el pecado no existe” y “que Dios me creó”. También hay una lección anterior (124): “Que recuerde que soy uno con Dios”.

Esa es una de las cosas de las que trata la práctica del Libro de Ejercicios: recordar. ¿Cuántas veces durante el día recuerdo la lección? ¿Con qué frecuencia me paro a pensar en ella durante un minuto o dos? ¿Con qué frecuencia mi estado mental refleja mi único propósito? ¿Y con qué frecuencia mi estado mental refleja lo contrario? El propósito de los tiempos fijados por la mañana, por la noche y cada hora es volver a entrenar mi mente para que piense de acuerdo con las líneas del Curso. No me cabe la menor duda de que necesitamos ese entrenamiento y esa práctica.

Lo único que necesitamos hacer es entrenar nuestras mentes a pasar por alto todos los objetivos triviales e insensatos, y a recordar que Dios es nuestro objetivo. (1:1)

Sin embargo, “los objetivos triviales e insensatos” ocupan nuestra consciencia en su mayor parte, nos parecen muy importantes, dominan nuestra mente y la distraen de su verdadero objetivo. Por eso el entrenamiento es “necesario”. El recuerdo de Dios ya está en nuestra mente (1:2), no tenemos que cavar para ello. “Dios se encuentra en tu memoria” (T.10.II.2:4).Todo lo que necesitamos hacer es “pasar por alto” o abandonar “nuestras absurdas e insignificantes metas, que no nos deparan nada y que ni siquiera existen” (1:2), ellas nos ocultan el recuerdo de Dios dentro de nosotros. Sin ellas, el recuerdo de Dios vendrá y llenará nuestra consciencia.

“Los juguetes y las baratijas del mundo” que perseguimos tan ansiosamente hacen que “la gracia de Dios siga brillando inadvertida” (1:3). La luz de Dios está brillando, pero no la vemos, nos vamos de compras. La luz de Dios está brillando no sólo en los centros comerciales, sino en las relaciones especiales, en el mercado de poder e influencias, en la salud, en los bares de sexo, y en los entretenimientos de nuestra televisión de mando a distancia. ¿Quiero el recuerdo de Dios? Todo lo que necesito es estar dispuesto a entrenar mi mente para que no me ciegue a Él.

“Que recuerde”. Oh, Dios, que Te recuerde.

Dios es nuestro único objetivo, nuestro único Amor. No tenemos otro propósito que recordarle. (1:4-5)

¿Qué otra cosa puedo desear que pueda compararse con esto? Hoy cada vez que mi corazón se sienta impulsado a “comprar” algo, que sea una señal para que mi mente haga una pausa y recuerde que “Dios es mi objetivo”.

Un poema que aprendí en mis días cristianos surge en mi mente. Algunas de aquellas personas sabían de lo que estaban hablando:


Mi meta es Dios Mismo.
No la alegría ni la paz, ni siquiera la bendición.
Sino Él Mismo, mi Dios.
A cualquier precio, Amado Señor, por cualquier camino.

Un amigo del Curso nos envió unas gorras parecidas a las de béisbol con las palabras MUOED. Que significan “Mi Único Objetivo Es Dios”. Voy a ponerme esa gorra mientras trabajo hoy, será un buen recordatorio.

¿Qué es el pecado? (Parte 8)

L.pII.4.4:4

Mientras que todos estamos muy involucrados en este “juego de niños” (4:2), la realidad continúa estando ahí. No ha cambiado. “Mientras tanto, su Padre ha seguido derramando Su luz sobre él y amándolo con un Amor eterno que sus pretensiones no pueden alterar en absoluto” (4:4). Nuestras “pretensiones”, el juego de niños, el juego de ser cuerpos que sufren la maldad, la culpa y la muerte, no han cambiado y no pueden cambiar la profunda y eterna realidad del Amor de Dios, la perfecta seguridad sin fin en la que moramos en Él.

La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de ti, que todas las cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse ni verse. La sosegada infinitud de la paz eterna te envuelve dulcemente en su tierno abrazo, tan fuerte y serena, tan tranquila en la omnipotencia de su Creador, que nada puede perturbar al sagrado Hijo de Dios que se encuentra en tu interior. (T.29.V.2:3-4)

El Amor de Dios garantiza nuestra seguridad eterna. Debido a que Su Amor es “eterno”, nosotros también lo somos. Mientras Su Amor exista, nosotros existimos también.

Al Hijo de la Vida no se le puede destruir. Es inmortal como su Padre. Lo que él es no puede ser alterado. Él es lo único en todo el universo que necesariamente es uno sólo. A todo lo que parece eterno le llegará su fin. Las estrellas desaparecerán, y la noche y el día dejarán de ser. Todas las cosas que van y vienen, la marea, las estaciones del año y las vidas de los hombres; todas las cosas que cambian con el tiempo y que florecen y se marchitan, se irán para no volver jamás. Lo eterno no se encuentra allí donde el tiempo ha fijado un final para todo. El Hijo de Dios jamás puede cambiar por razón de lo que los hombres han hecho de él. Será como siempre ha sido y como es, pues el tiempo no fijó su destino, ni marcó la hora de su nacimiento ni la de su muerte. (T.29.VI.2:3-12)






TEXTO


IV. La bifurcación del camino



1. Cuando llegas al lugar en que la bifurcación del camino resulta evidente, no puedes seguir adelante. 2Tienes que decidirte por uno de los dos caminos, 3pues si sigues adelante de la manera en que ibas antes de llegar a este punto, no llegarás a ninguna parte. 4El único propósito de llegar hasta aquí fue decidir cuál de los dos caminos vas a tomar ahora. 5El trayecto que te condujo hasta aquí ya no importa. 6Ya no tiene ninguna utilidad. 7Nadie que haya llegado hasta aquí puede decidir equivocadamente, pero sí puede demorarse. 8Y no hay momento de la jornada más frus­trante y desalentador, que aquel en el que te detienes ahí donde el camino se bifurca, indeciso con respecto a qué rumbo seguir.

2. Son sólo los primeros pasos por el camino recto los que pare­cen difíciles, pues ya te has decidido, si bien puede que aún creas que puedes volverte atrás y elegir la otra alternativa. 2Pero no es así. 3Ninguna decisión que se haya tomado y que cuente con el respaldo del poder del Cielo puede ser revocada. 4Tu camino ya se decidió. 5Si reconoces esto no habrá nada que no se te diga.

3. Y así, tú y tu hermano os encontráis ahí en ese santo lugar, ante el velo de pecado que pende entre vosotros y la faz de Cristo. 2¡Dejad que sea descorrido! 3¡Descorredlo juntos! 4Pues es sólo un velo lo que se interpone entre vosotros. 5Por separado, cada uno de vosotros lo veréis como un sólido muro y no os daréis cuenta de lo delgado que es el cortinaje que ahora os separa. 6Aun así, éste ya casi ha sido eliminado de vuestra conciencia, e incluso aquí, ante el velo, la paz ha venido a vosotros. 7Piensa en lo que os espera después: el amor de Cristo iluminará vuestros rostros e irradiará desde ellos a un mundo en penumbra y con necesidad de luz. 8Y desde este santo lugar Él regresará con vosotros, sin irse de él y sin abandonaros. 9Os convertiréis en Sus mensajeros, al restituirlo a Él a Sí Mismo.

4. ¡Pensad en la hermosura que veréis, vosotros que camináis a Su lado! 2¡Y pensad cuán bello os parecerá el otro! 3¡Cuán felices os sentiréis de estar juntos después de una jornada tan larga y solita­ria en la que caminabais por separado! 4Las puertas del Cielo, francas ya para vosotros, las abriréis ahora para los que aún sufren. 5Y nadie que mire al Cristo en vosotros dejará de regoci­jarse. 6¡Qué bello es el panorama que visteis más allá del velo y que ahora llevaréis para iluminar los cansados ojos de aquellos que todavía están tan extenuados como una vez lo estuvisteis vo­sotros! 7¡Cuán agradecidos estarán de veros llegar y ofrecer el per­dón de Cristo para desvanecer así la fe que ellos aún tienen en el pecado!

5. Cualquier error que cometas, el otro ya lo habrá corregido tier­namente por ti. 2Pues para él tu hermosura es su salvación, y la quiere proteger de cualquier daño. 3cada uno será para el otro su firme defensor contra todo lo que parezca surgir para separa­ros. 4Y así caminaréis por el mundo conmigo, pues tengo un mensaje que aún no se ha llevado a todos. 5Y vosotros estáis aquí para permitir que se reciba. 6La oferta de Dios todavía sigue en pie, pero aguarda aceptación. 7Se recibe de vosotros que la habéis aceptado. 8En vuestras manos unidas se deposita confiadamente, pues vosotros que la compartís os habéis convertido en sus devo­tos guardianes y protectores.

6. A todos aquellos que comparten el Amor de Dios se les con­cede la gracia de ser los dadores de lo que han recibido. 2así aprenden que es suyo para siempre. 3Todas las barreras desapa­recen ante su llegada, de la misma manera en que cada obstáculo que antes parecía bloquear su camino quedó finalmente supe­rado. 4Ese velo que tú y tu hermano descorréis juntos os abre el camino a la verdad y se lo abre también a otros. 5Los que permi­ten que se les libere de las ilusiones de sus mentes son los salva­dores de este mundo, y caminan por él con su Redentor, llevando Su mensaje de esperanza, libertad y emancipación del sufri­miento a todo aquel que necesite un milagro para salvarse.

7. ¡Qué fácil es ofrecer este milagro a todos! 2Nadie que lo haya recibido tendría dificultad alguna en darlo. 3Pues al recibirlo aprendió que no se le daba solamente a él. 4Tal es la función de una relación santa: que recibáis juntos y que deis tal como reci­báis. 5Cuando se está ante el velo, esto todavía parece difícil. 6Pero si extendéis vuestras manos unidas y tocáis eso que parece un denso muro, notaréis con cuánta facilidad se deslizan vuestros dedos a través de su insubstancialidad. 7Ese muro no es sólido en absoluto. 8Y es sólo una ilusión lo que se interpone entre tú y tu hermano y el santo Ser que compartís.










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