DESPERTAR AL AMOR

miércoles, 9 de septiembre de 2020

9 SEPTIEMBRE: El Hijo de Dios es mi Identidad.

AUDIOLIBRO


EJERCICIOS

LECCIÓN 252



El Hijo de Dios es mi Identidad.



1. La santidad de mi Ser transciende todos los pensamientos de santidad que pueda concebir ahora. 2Su refulgente y perfecta pureza es mucho más brillante que cualquier luz que jamás haya contemplado. 3Su amor es ilimitado, y su intensidad es tal que abarca dentro de sí todas las cosas en la calma de una queda certeza. 4Su fortaleza no procede de los ardientes impulsos que hacen girar al mundo, sino del Amor ilimitado de Dios Mismo. 5¡Cuán alejado de este mundo debe estar mi Ser! aY, sin embargo, ¡cuán cerca de mí y de Dios!

2. Padre, Tú conoces mi verdadera Identidad. 2Revélamela ahora a mí que soy Tu Hijo, para que pueda despertar a la verdad en Ti, y saber que se me ha restituido el Cielo.



Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

No sabemos Quién somos.

“Mi Ser” es mucho más grande y elevado de lo que puedo imaginarme. El primer párrafo ensalza la santidad, la pureza, el amor y la fortaleza de mi Ser. Me recuerda a algo que oí en un seminario de “EST” un fin de semana hace muchos años. Hablaba de volverme consciente del ser que muestro al mundo, mi “máscara” (el Curso lo llama “la cara de la inocencia”, T.31.V.2:6), luego hablaba de descubrir el ser que temo ser (el ego) y, finalmente, de descubrir quien yo soy realmente, “que es magnífico” (el Hijo de Dios). Piensa en ello, alma mía, óyelo con aceptación: “Yo soy magnífico”.

Hoy me doy cuenta de que, no importa lo elevados que puedan ser mis pensamientos, únicamente he tocado la superficie de Lo Que yo soy. “La santidad de mi Ser transciende todos los pensamientos de santidad que pueda concebir ahora” (1:1). Voy a sentarme y soñar pensamientos de santidad, voy a hacer un esfuerzo mental hasta el límite para entender lo que es mi santidad, la realidad de mi santidad “transciende todos los pensamientos de santidad que pueda concebir ahora”. El Curso dice que si pudiéramos darnos cuenta de lo santos que son nuestros hermanos “apenas podrías contener el impulso de arrodillarte a sus pies” (L.161.9:3). Sin embargo, cogeremos su mano, porque todos somos iguales. “Todos ellos son iguales: bellos e igualmente santos” (T.13.VIII.6:1).

Darme cuenta de que soy el santo Hijo de Dios supone la comprensión al mismo tiempo de que tú eres lo mismo. ¡Eres tan hermoso, amigo, de una santidad tan maravillosa! Eres la expresión de Dios, el reflejo de Su Ser, la gloria de Su creación. ¿Qué otra cosa puedo hacer sino amarte?

Mi Ser, y el tuyo, tiene una “refulgente y perfecta pureza” que “es mucho más brillante que cualquier luz que jamás haya contemplado” (1:2). ¿Has visto eso alguna vez en otro? ¿Lo has visto en ti mismo? ¡Ah, eso es lo que todos andamos buscando! Es lo que pedimos: “Revélamela ahora a mí que soy Tu Hijo” (2:2). Imagínate ver y conocer una pureza tan perfecta en tu Ser. Imagínalo, y pide que te sea revelado, pues eso es lo que eres.

¡Y el amor de este Ser! Es “ilimitado, y su intensidad es tal que abarca dentro de sí todas las cosas en la calma de una queda certeza” (1:3). ¡Oh, saber que este amor es mi Ser! ¡Oh, saber que esto es lo que yo soy, para toda la eternidad! ¿Me atrevo a creer esto acerca de mí? Mi amor abarcando a todo el mundo, flotando como una burbuja en el océano de mi amor. Mi amor, sin límites de ninguna clase. Mi amor, el auténtico Amor de Dios Mismo. Voy a descansar en él, voy a pensar en ello, voy a mostrarlo ahora, enviándole mi amor a todo el mundo, a todos los seres que lo necesitan. ¡Qué intenso es! ¡Qué perfecto, qué incondicional, qué irresistible!

La fortaleza de mi Ser “no procede de los ardientes impulsos que hacen girar al mundo, sino del Amor ilimitado de Dios Mismo” (1:4). Lo que soy es este Amor, el auténtico Amor de Dios. No es algo “abrasador”, violento; es un Amor silencioso, tranquilo, seguro. Él conoce la realidad de lo que contempla. Tiene perfecta fe en cada Hijo de Dios, debido a lo que cada uno es. Eleva, anima, cree en todo lo que contempla. Su misericordia es inmensa, y Su comprensión infinita. Abraza suavemente, consuela dulcemente, Su poder procede de la tranquila seguridad de que el Amor Mismo no se puede evitar.

¡Cuán alejado de este mundo debe estar mi Ser! Y, sin embargo, ¡cuán cerca de mí y de Dios! (1:5)

Padre, Tú sabes que esto es Quien yo soy, pues Tú me creaste para que lo fuera. Deseo conocer esta realidad de mi Ser. Me siento mucho menos que esto, a veces tan poco amoroso. Revélame mi Ser. Muéstrame que esto es Quien yo soy. Ayúdame a conocer mi Ser como puro Amor. Conocer mi Ser, como el Amor que es el Cielo. Conocer mi Ser, como el Amor que es paz.

¿Qué es el pecado? (Parte 2)

L.pII.4.1:4-9

Nuestros ojos son el resultado del pecado: “El pecado dotó al cuerpo con ojos” (1:4). O como dice el párrafo siguiente: “El cuerpo es el instrumento que la mente fabricó en su afán por engañarse a sí misma” (2:1). La percepción (ver) es el resultado del pecado, “pues, ¿qué iban a querer contemplar los que están libres de pecado?” (1:4). Nuestro verdadero Ser está más allá de lo que se puede ver. La percepción es de por sí dualista (que hay dos), un “yo” que ve y un “objeto” ahí. Supone una separación. Por supuesto, el que no tiene pecado no tiene nada que percibir porque no hay nada separado. El deseo de separarse, de estar aparte y ver un “objeto” como algo distinto forma parte de la idea de pecado y de culpa. Desde el punto de vista del Curso, el que no tiene pecado siente todas las cosas como parte de sí mismo. Las “conoce” en lugar de “percibirlas”.

El que no tiene pecado no necesita la vista ni el oído ni el tacto porque todo es parte de sí mismo; conocido pero no percibido. La percepción (la vista) es muy limitada, muy incompleta e imperfecta. El que no tiene pecado no necesita los sentidos, pues todo le es conocido. “Usar los sentidos es no saber” (1:8). El propósito de los sentidos es no saber. O mejor aún, el propósito de la percepción es no saber. La percepción es una separación, un alejamiento, un estar aparte. La idea de pecado es lo que causa esa retirada, ese refugiarse en uno mismo, alejado de la unidad.

En cambio, “la verdad sólo se compone de conocimiento y de nada más” (1:9). La verdad no siente las cosas, la verdad conoce las cosas. Las conoce al ser uno con ellas. No te puedo conocer a través de la percepción. La percepción (la vista) me engaña, ése es su propósito. La percepción me impide conocerte. Únicamente puedo conocerte si siento que yo soy tú. Esto es lo que sucede en el instante santo, pues el instante santo es una experiencia de las mentes como una sola. Esa experiencia puede desorientar a una mente que está acostumbrada a la soledad; la aparente identidad a la que nos hemos acostumbrado durante toda nuestra vida desaparece de repente, ya no estoy seguro si soy yo o tú. Durante un momento me doy cuenta de que el “yo” que pensaba que existía es posible que no exista. Como de hecho no existe.

La idea de pecado y de culpa es lo que impide que las mentes se unan. Me alejo de ti con miedo. Limito mi amor, dudo del tuyo. El Curso nos lleva al punto en el que ese miedo desaparece, y la unión -que siempre ha estado ahí- se conoce otra vez como lo que es.




TEXTO

VIII. El cambio interno

 

1. ¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? 2¡Para los cuerpos sí! 3Los pensamientos que parecen destruir son aquellos que le enseñan al pensador que él puede ser destruido. 4Y así, "muere" por razón de lo que aprendió. 5Pasa de la vida a la muerte, la prueba final de que valoró lo efímero más que lo constante. 6Segu­ramente creyó que quería la felicidad. 7Mas no la deseó porque la felicidad es la verdad, y, por lo tanto, tiene que ser constante.

2. Una dicha constante es una condición completamente ajena a tu entendimiento. 2No obstante, si pudieses imaginarte cómo sería eso, lo desearías aunque no lo entendieses. 3En esa condición de constante dicha no hay excepciones ni cambios de ninguna clase. 4Es tan inquebrantable como lo es el Amor de Dios por Su crea­ción. 5Al estar tan segura de su visión como su Creador lo está de lo que Él sabe, la felicidad contempla todo y ve que todo es uno. 6No ve lo efímero, pues desea que todo sea como ella misma, y así lo ve. 7Nada tiene el poder de alterar su constancia porque su propio deseo no puede ser conmovido. 8Les llega a aquellos que comprenden que la última pregunta es necesaria para que las demás queden contestadas, del mismo modo en que la paz tiene que llegarles a quienes eligen curar y no juzgar.

3. La razón te dirá que no puedes pedir felicidad de una manera inconsistente. 2Pues si lo que deseas se te concede, y la felicidad es constante, entonces no necesitas pedirla más que una sola vez para gozar de ella eternamente. 3si siendo lo que es no gozas de ella siempre, es que no la pediste. 4Pues nadie deja de pedir lo que desea a lo que cree que tiene la capacidad de concedérselo. 5Tal vez esté equivocado con respecto a lo que pide, dónde lo pide y a qué se lo pide. 6No obstante, pedirá porque desear algo es una solicitud, una petición, hecha por alguien a quien Dios Mismo nunca dejaría de responder. 7Dios ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. 8Mas aquello de lo que no está seguro, Dios no se lo puede dar. 9Pues mientras siga estando inseguro es que no lo desea realmente, y la dación de Dios no podría ser completa a menos que se reciba.

4. Tú que completas la Voluntad de Dios y que eres Su felicidad; tú cuya voluntad es tan poderosa como la Suya, la cual es un poder que no puedes perder ni en tus ilusiones, piensa detenida­mente por qué razón no has decidido todavía cómo vas a contes­tar la última pregunta. 2Tu respuesta a las otras te ha ayudado a estar parcialmente cuerdo. 3Es la última, no obstante, la que real­mente pregunta si estás dispuesto a estar completamente cuerdo. 

5. ¿Qué es el instante santo, sino el llamamiento de Dios a que reconozcas lo que Él te ha dado? 2He aquí el gran llamamiento a la razón, a la conciencia de lo que siempre está ahí a la vista, a la felicidad que podría ser siempre tuya. 3He aquí la paz constante que podrías experimentar siempre. 4He aquí revelado ante ti lo que la negación ha negado. 5Pues aquí la última pregunta ya está contestada, y lo que pides, concedido. 6Aquí el futuro es ahora, pues el tiempo es impotente ante tu deseo de lo que nunca ha de cambiar. 7Pues has pedido que nada se interponga entre la santi­dad de tu relación y tu conciencia de esa santidad.      



Capítulo 22


LA SALVACIÓN Y LA RELACIÓN SANTA



Introducción


1. Ten piedad de ti mismo, tú que por tanto tiempo has estado esclavizado. 2Regocíjate de que los que Dios ha unido se han jun­tado y ya no tienen necesidad de seguir contemplando el pecado por separado. 3No es posible que dos individuos puedan contem­plar el pecado juntos, pues nunca podrían verlo en el mismo sitio o al mismo tiempo. 4El pecado es una percepción estrictamente personal, que se ve en el otro, pero que cada uno cree que está dentro de sí mismo. 5Y cada uno parece cometer un error dife­rente, que el otro no puede comprender. 6Hermano, se trata del mismo error, cometido por lo que es lo mismo, y perdonado por su hacedor de igual manera. 7La santidad de tu relación os per­dona a ti y a tu hermano, y cancela los efectos de lo que ambos creísteis y visteis. 8Y al desaparecer dichos efectos, desaparece también la necesidad del pecado.

2. ¿Quién tiene necesidad del pecado? 2Únicamente los que deambulan por su cuenta y en soledad, creyendo que sus herma­nos son diferentes de ellos. 3Es esta diferencia, que aunque es visible no es real, lo que hace que el pecado, que si bien no es real es visible, parezca estar justificado. 4Todo esto sería real si el pecado lo fuese. 5Pues una relación no santa se basa en diferen­cias y en que cada uno piense que el otro tiene lo que a él le falta. 6Se juntan, cada uno con el propósito de completarse a sí mismo robando al otro. 7Siguen juntos hasta que piensan que ya no queda nada más por robar, y luego se separan. 8Y así, vagan por un mundo de extraños, distintos de ellos, viviendo tal vez con los cuerpos de esos extraños bajo un mismo techo que a ninguno de ellos da cobijo; en la misma habitación y, sin embargo, a todo un mundo de distancia.

3. La relación santa parte de una premisa diferente. 2Cada uno ha mirado dentro de sí y no ha visto ninguna insuficiencia. 3Al acep­tar su compleción, desea extenderla uniéndose a otro, tan pleno como él. 4No ve diferencias entre su ser y el ser del otro, pues las diferencias sólo se dan a nivel del cuerpo. 5Por lo tanto, no ve nada de lo que quisiera apropiarse. 6No niega su propia realidad porque ésta es la verdad. 7Él se encuentra justo debajo del Cielo, pero lo bastante cerca como para no tener que retornar la tierra. 8Pues esta relación goza de la santidad del Cielo. 9¿Cuán lejos del hogar puede estar una relación tan semejante al Cielo?

4. ¡Piensa en lo que una relación santa te podría enseñar! 2En ella desaparece la creencia en diferencias. 3En ella la fe en las diferen­cias se convierte en fe en la igualdad. 4Y en ella la percepción de diferencias se transforma en visión. 5La razón puede ahora llevaros a ti y a tu hermano a la conclusión lógica de vuestra unión. 6Ésta se tiene que extender, de la misma forma en que vosotros os extendisteis al uniros. 7La unión tiene que extenderse más allá de sí misma, tal como vosotros os extendisteis más allá del cuerpo para hacer posible vuestra unión. 8Y ahora la igualdad que visteis se extiende y elimina finalmente cualquier sensación de diferen­cia, de modo que la igualdad que yace bajo todas las diferencias se hace evidente. 9Éste es el círculo áureo en el que reconocéis al Hijo de Dios. 10Pues lo que nace en una relación santa es impere­cedero.





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