DESPERTAR AL AMOR

martes, 22 de septiembre de 2020

22 SEPTIEMBRE: Lo único que veo es la mansedumbre de la creación.

AUDIOLIBRO



EJERCICIOS


LECCIÓN 265


Lo único que veo es la mansedumbre de la creación.


1. Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y luego me vi siendo el objeto de su mirada: 2¡Qué feroces parecían! 3¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! 4Hoy veo el mundo en la mansedumbre celestial con la que refulge la creación. 5En él no hay miedo. 6No permitas que ninguno de mis aparentes pecados nuble la luz celestial que refulge sobre el mundo. 7Lo que en él se refleja se encuentra en la Mente de Dios. 8Las imágenes que veo son un reflejo de mis pen­samientos. 9Pero mi mente es una con la de Dios. 10Por lo tanto, puedo percibir la mansedumbre de la creación.


2. En la quietud quiero contemplar el mundo, el cual refleja únicamente Tus Pensamientos, así como los míos. 2Concédaseme recordar que son lo mismo, y veré la mansedumbre de la creación.





Instrucciones para la práctica

Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica de este libro.

Comentario

Esta lección afirma muy claramente cómo aparentemente el mundo viene a atacarnos:

Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y luego me vi siendo el objeto de su mirada: ¡Qué feroces parecían! ¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! (1:1-3)

Me siento culpable por algo en mí. Proyecto esa culpa fuera, pongo mis pecados sobre el mundo y luego lo veo devolviéndome esa misma mirada. “La proyección da lugar a la percepción” (T.21.In.1:1). Hay más de un sitio donde el Curso dice que nunca veo los pecados de otro sino los míos (por ejemplo, T.31.III.1:5). El mundo que veo es el reflejo externo de un estado interno (T.21.In.1:5). La Canción de la Oración dice:

Es imposible perdonar a otro, pues son únicamente tus pecados los que ves en él. Quieres verlos allí y no en ti. Es por eso que el perdón a otro es una ilusión. Sin embargo, es el único sueño feliz en todo el mundo, el único que no conduce a la muerte. Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado culpable de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia. ¿Quiénes sino los pecadores necesitan ser perdonados? Y nunca pienses que puedes ver pecado en nadie excepto en ti mismo. (Canción 2.I.4:2-8)

“Nunca pienses que puedes ver pecado en otro, sino en ti mismo”. ¡Ah! ¡Qué afirmación más poderosa! “Son sólo tus propios pecados lo que ves en él”. Muchas personas, y yo también, tenemos problemas con esta idea. Verdaderamente pienso que nuestro ego lucha contra esto, y usa cualquier medio a su alcance para no aceptarlo.

Ante frases como ésta, una reacción frecuente es: “¡Imposible! Nunca he pegado a mi esposa. Nunca he matado o violado o traicionado como ha hecho él”. Donde creo que nos equivocamos es al mirar a las acciones concretas y decir: “Ellos hacen eso. Yo no”, pensando que hemos demostrado que el pecado que vemos no es el nuestro.

La acción no es el pecado. La culpa sí. La idea es más extensa que las acciones concretas. La idea de ataque es ésta: “Es el juicio que una mente hace contra otra de que es indigna de amor y merecedora de castigo” (T.13.In.1:2). La acción de la persona que estamos juzgando no es importante; estamos viendo a otra persona como “indigna de amor y merecedora de castigo” porque primero nos hemos visto a nosotros mismos de esa manera. Sentimos que somos indignos, no nos gusta ese sentimiento, y lo proyectamos sobre otros. Encontramos determinadas acciones que asociamos con ser indignas y que nosotros no cometemos (aunque a veces están en nosotros, sólo que reprimidas o enterradas), ¡ésta es la manera exacta en que intentamos deshacernos de la culpa!

La proyección y la disociación (separación de ello) continúan en nuestra propia mente así como afuera. Cuando me condeno a mí mismo por, digamos, comer en exceso, y pienso que me siento culpable por comer en exceso, estoy haciendo lo mismo que cuando condeno a un hermano por mentir o por cualquier otra cosa. En unos casos pongo la culpa fuera de mí; en otros casos la pongo en una parte oscura de mí que rechazo. “No sé por qué hago eso, yo sé hacer cosas mejores”.

Cuando me siento culpable, estoy rechazando una parte de mi propia mente. Hay una parte de mí que siente la necesidad de comer en exceso, o de enfadarme con mi madre, o de fastidiar mi profesión, o de abusar de mi cuerpo con alguna droga. Hago estas cosas porque me siento culpable y pienso que merezco castigo. La culpa básica no viene de estas cosas insignificantes, sino de mi profunda creencia de que realmente he conseguido separarme de Dios, de que he hecho de mí mismo algo diferente a la creación de Dios, de que soy mi propio creador. Y puesto que Dios es bueno, yo debo ser malo. Pensamos que el mal está en nosotros, que somos el mal. No podemos soportar esa idea, y por eso apartamos una parte de nuestra mente y de nuestro comportamiento y ponemos la culpa a sus pies.

El mismo proceso funciona cuando veo pecado en un hermano. Pero desde el punto de vista del ego, ver culpa en otro es mucho más atrayente y funciona mejor para esconder la culpa que quiere que conservemos; aleja completamente la culpa de mi vista. En realidad mi hermano es una parte de mi mente tanto como la parte oscura forma parte de mi mente. Todo el mundo es mi mente, mi mente es todo lo que existe.

¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! (1:3)

(En su propia identificación con el ego) siempre percibe este mundo como algo externo a él, pues esto es crucial para su propia adaptación. No se da cuenta de que él es el autor de este mundo, pues fuera de sí mismo no existe ningún mundo. (T.12.III.6:6-7)

Quítate las mantas de encima y hazle frente a lo que te da miedo. (T.12.II.5:2)

Necesitamos mirar a aquello que nos da miedo y darnos cuenta de que todo ello está en nuestra propia mente. Finalmente, cuando nos damos cuenta de la verdad de todo esto, podremos hacer algo para solucionarlo. Hasta entonces somos víctimas indefensas.

Vemos pecado en otros porque creemos que necesitamos ver pecado en otros para no verlo en nosotros mismos. Creemos en la idea de que algunas personas no son dignas de amor y que merecen castigo. Dentro de nosotros sabemos que nosotros mismos somos uno de los que condenamos, pero el ego nos dice que si podemos ver la culpa en otros de fuera, verlos como peores que nosotros, podemos escaparnos del juicio. Por eso proyectamos la culpa.

Lo que esta lección dice es que si le quitamos al mundo la mancha de nuestra propia culpa, veremos su “mansedumbre celestial” (1:4). Si puedo recordar que mis pensamientos y los de Dios son lo mismo, no veré pecado en el mundo porque no lo veo en mí mismo.

Por lo tanto, el mundo a nuestro alrededor nos ofrece miles de oportunidades de perdonarnos a nosotros mismos. “Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado culpable de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia” (Canción 2.I.4:6). Cuando alguien aparece en nuestra vida como pecador, tenemos una oportunidad de perdonarnos a nosotros en él. Tenemos una oportunidad de abandonar la idea fija de que lo que esa persona ha hecho le hace culpable de un pecado. Tenemos la oportunidad de dejar a un lado sus acciones perjudiciales y ver la inocencia que sigue estando en él. Dejamos a un lado nuestro juicio condicionado y permitimos que el Espíritu Santo nos muestre algo diferente.

Parece que estamos trabajando en perdonar a otra persona. En realidad siempre nos estamos perdonando a nosotros mismos. Cuando descubrimos la inocencia en esa otra persona, de repente estamos más seguros de nuestra propia inocencia. Cuando vemos lo que han hecho como una petición de amor, podemos igualmente ver nuestra propia conducta equivocada como una petición de amor. Descubrimos una inocencia compartida, una inocencia total y completa, sin que haya cambiado desde que Dios nos creó.



¿Qué es el cuerpo? (Parte 5)

L.pII.5.3:1-3

El cuerpo es un sueño. (3:1)

Este melodrama de atacar y ser atacado, de vencedor y presa, de asesino y víctima, es un sueño en el que el cuerpo juega el papel principal. Piensa en lo que supone que mi cuerpo es un sueño. En un sueño todo parece completamente real. He tenido sueños terribles y aterradores acerca de mi cuerpo. Una vez soñé que mis dientes se estaban deshaciendo y cayéndose. Pero cuando me desperté, nada de eso estaba sucediendo. Estaba todo en mi mente mientras dormía.

Al decir que el cuerpo es “un sueño”, el Curso está diciendo que lo que le sucede a nuestro cuerpo aquí en realidad no está sucediendo, no es una cosa real. Realmente no estamos aquí como creemos, estamos soñando que estamos aquí. Mi hijo, que trabaja con ordenadores en el terreno de la realidad virtual, fue conectado a un robot a través de un ordenador, viendo a través de los ojos del robot y sintiendo a través de sus manos.

Tuvo la extraña sensación de sentirse a sí mismo al otro lado del laboratorio del ordenador, mientras que su cuerpo estaba en este lado, incluso miró a lo largo del laboratorio y “vio” su propio cuerpo llevando el casco de Realidad Virtual que le habían puesto. Nuestra mente se siente a sí misma como estando “aquí” en la tierra dentro, de un cuerpo; pero no está aquí. Aquí no es aquí. Todo ello está dentro de la mente.

Los sueños pueden reflejar felicidad, y luego repentinamente convertirse en miedo, la mayoría hemos sentido eso en sueños probablemente. Y lo hemos sentido en nuestras “vidas” aquí en el cuerpo. Los sueños nacen del miedo (3.2), y el cuerpo como es un sueño, ha nacido también del miedo. El amor no crea sueños, crea de verdad (3:3). Y el amor no creó el cuerpo:

El cuerpo no es el fruto del amor. Aun así, el amor no lo condena y puede emplearlo amorosamente, respetando lo que el Hijo de Dios engendró y utilizándolo para salvar al Hijo de sus propias ilusiones. (T.18.VI.4:7-8)

El cuerpo es fruto del miedo, y los sueños que son su resultado siempre terminan en miedo.

El cuerpo fue hecho por el miedo y para el miedo, sin embargo “el amor puede usarlo con ternura”. Cuando entregamos al Espíritu Santo nuestro cuerpo para Su uso, cambiamos el sueño. Pues ahora el cuerpo tiene un propósito diferente, dirigido por el amor.






TEXTO


I. Las creencias irreconciliables


1. El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena. 2No puede venir allí donde hay conflicto, pues una mente en pugna consigo misma no puede recordar la mansedumbre eterna. 3Los medios de la guerra no son los medios de la paz, y lo que recuerda el belicoso no es amor. 4Si no se atribuyese valor a la creencia en la victoria, la guerra sería imposible. 5Si estás en con­flicto, eso quiere decir que crees que el ego tiene el poder de salir triunfante. 6¿Por qué otra razón sino te ibas a identificar con él? 7Seguramente te habrás percatado de que el ego está en pugna con Dios. 8Que el ego no tiene enemigo alguno, es cierto. 9Mas es igualmente cierto que cree firmemente tener un enemigo al que necesita vencer, y que lo logrará.

2. ¿No te das cuenta de que una guerra contra ti mismo sería una guerra contra Dios? 2Y en una guerra así, ¿es concebible la victo­ria? 3si lo fuese, ¿la desearías? 4La muerte de Dios, de ser posi­ble, significaría tu muerte. 5¿Qué clase de victoria sería ésa? 6El ego marcha siempre hacia la derrota porque cree que puede ven­certe. 7Dios, no obstante, sabe que eso no es posible. 8Eso no es una guerra, sino la descabellada creencia de que es posible atacar y derrotar la Voluntad de Dios. 9Te puedes identificar con esta creencia, pero jamás dejará de ser una locura. 10Y el miedo rei­nará en la locura, y parecerá haber reemplazado al amor allí. 11Éste es el propósito del conflicto. 12Y para aquellos que creen que es posible, los medios parecen ser reales.

3. Ten por seguro que no es posible que Dios y el ego, o tú y el ego jamás os podáis encontrar. 2En apariencia lo hacéis y formáis extrañas alianzas basándoos en premisas que no tienen sentido. 3Pues vuestras creencias convergen en el cuerpo, al que el ego ha elegido como su hogar y tú consideras que es el tuyo. 4Vuestro punto de encuentro es un error: un error en cómo te consideras a ti mismo. 5El ego se une a una ilusión de ti que tú compartes con él. 6Las ilusiones, no obstante, no pueden unirse. 7Son todas lo mismo, y no son nada. 8Su unión está basada en la nada, pues dos de ellas están tan desprovistas de sentido como una o mil. 9El ego no se une a nada, pues no es nada. 10Y la victoria que anhela está tan desprovista de sentido como él mismo.

4. Hermano, la guerra contra ti mismo está llegando a su fin. 2El final de la jornada se encuentra en el lugar de la paz. 3¿No te gustaría aceptar la paz que allí se te ofrece? 4Este "enemigo" con­tra el que has luchado como si fuese un intruso a tu paz se trans­forma ahí, ante tus propios ojos, en el portador de tu paz. 5Tu "enemigo" era Dios Mismo, Quien no sabe de conflictos, victo­rias o ataques de ninguna clase. 6Su amor por ti es perfecto, abso­luto y eterno. 7El Hijo de Dios en guerra contra su Creador es una condición tan ridícula como lo sería la naturaleza rugiéndole iracunda al viento, proclamando que él ya no forma parte de ella. 8¿Cómo iba a poder la naturaleza decretar esto y hacer que fuese verdad? 9Del mismo modo, no es a ti a quien le corresponde deci­dir qué es lo que forma parte de ti y qué es lo que debe mante­nerse aparte.

5. Esta guerra contra ti mismo se emprendió para enseñarle al Hijo de Dios que él no es quien realmente es, y que no es el Hijo de su Padre. 2tal fin, debe borrar de su memoria el recuerdo de su Padre. 3En la vida corporal dicho recuerdo se olvida, y si pien­sas que eres un cuerpo, creerás haberlo olvidado. 4Mas la verdad nunca puede olvidarse de sí misma, y tú no has olvidado lo que eres. 5Sólo una extraña ilusión de ti mismo, un deseo de derrotar lo que eres, es lo que no se acuerda.

6. La guerra contra ti mismo no es más que una batalla entre dos ilusiones que luchan para diferenciarse la una de la otra, cre­yendo que la que triunfe será la verdadera. 2No existe conflicto alguno entre ellas y la verdad. 3Ni tampoco son ellas diferentes entre sí. 4Ninguna de las dos es verdad. 5Por lo tanto, no importa qué forma adopten. 6Lo que las engendró es una locura y no pueden sino seguir formando parte de ello. 7La locura no repre­senta ninguna amenaza contra la realidad ni ejerce influencia alguna sobre ella. 8Las ilusiones no pueden vencer a la verdad ni suponer una amenaza para ella en absoluto. 9Y la realidad que niegan no forma parte de ellas.

7. Lo que tú recuerdas forma parte de ti. 2Pues no puedes sino ser tal como Dios te creó. 3La verdad no lucha contra las ilusiones ni las ilusiones luchan contra la verdad. 4Las ilusiones sólo luchan entre ellas. 5Al estar fragmentadas, fragmentan a su vez. 6Pero la verdad es indivisible y se encuentra mucho más allá de su limi­tado alcance. 7Recordarás lo que sabes cuando hayas compren­dido que no puedes estar en conflicto. 8Una ilusión acerca de ti mismo puede luchar contra otra, mas la guerra entre dos ilusiones es un estado en el que nada ocurre. 9No hay ni vencedor ni victo­ria. 10Y la verdad se alza radiante, más allá del conflicto, intacta y serena en la paz de Dios.

8. Los conflictos sólo pueden tener lugar entre dos fuerzas. 2No pueden existir entre lo que es un poder y lo que no es nada. 3No hay nada que puedas atacar que no forme parte de ti. 4Y al ata­carlo das lugar a dos ilusiones de ti mismo en conflicto entre sí. 5esto ocurre siempre que contemplas alguna creación de Dios de cualquier manera que no sea con amor. 6El conflicto es temi­ble, pues es la cuna del temor. 7Mas lo que ha nacido de la nada no puede cobrar realidad mediante la pugna. 8¿Por qué llenar tu mundo de conflictos contigo mismo?. 9Deja que toda esa locura quede des-hecha y vuélvete en paz al recuerdo de Dios, el cual brilla aún en tu mente serena.

9. ¡Observa cómo desaparece el conflicto que existe entre las ilu­siones cuando se lleva ante la verdad! 2Pues sólo parece real si lo ves como una guerra entre verdades conflictivas, en la que la vencedora es la más cierta, la más real y la que derrota a la ilu­sión que era menos real, que al ser vencida se convierte en una ilusión. 3Así pues, el conflicto es la elección entre dos ilusiones, una a la que se coronará como real, y la otra que será derrotada y despreciada. 4En esta situación el Padre jamás podrá ser recor­dado. 5Sin embargo, no hay ilusión que pueda invadir Su hogar y alejarlo de lo que Él ama eternamente. 6lo que Él ama no puede sino estar eternamente sereno y en paz porque es Su hogar.

10. Tú, Su Hijo bien amado, no eres una ilusión, puesto que eres tan real y tan santo como Él. 2La quietud de tu certeza acerca de Él y de ti mismo es el hogar de Ambos, donde moráis como uno solo y no como entes separados. 3Abre la puerta de Su santísimo hogar y deja que el perdón elimine todo vestigio de la creencia en el pecado, la cual priva a Dios de Su hogar y a Su Hijo con Él. 4No eres un extraño en la casa de Dios. 5Dale la bienvenida a tu hermano al hogar donde Dios Mismo lo ubicó en serenidad y en paz, y donde mora con él. 6Las ilusiones no tienen cabida allí donde mora el amor, pues éste te protege de todo lo que no es verdad. 7Moras en una paz tan ilimitada como la de Aquel que la creó, y a aquellos que quieren recordarlo a Él se les da todo. 8El Espíritu Santo vela Su hogar, seguro de que la paz de éste jamás se puede perturbar.

11. ¿Cómo iba a ser posible que el santuario de Dios se volviese contra sí mismo y tratase de subyugar al que allí mora? 2Piensa en lo que ocurre cuando la morada de Dios se percibe a sí misma como dividida: 3el altar desaparece, la luz se vuelve tenue y el templo del Santísimo se convierte en la morada del pecado. 4todo se olvida, salvo las ilusiones. 5Las ilusiones pueden estar en conflicto porque sus formas son diferentes. 6Y batallan única­mente para establecer qué forma es real.

12. Las ilusiones encuentran ilusiones; la verdad se encuentra a sí misma. 2El encuentro de las ilusiones conduce a la guerra. 3Mas la paz se extiende a sí misma al contemplarse a sí misma. 4La guerra es la condición en la que el miedo nace, crece e intenta dominarlo todo. 5La paz es el estado donde mora el amor y donde busca compartirse a sí mismo. 6La paz y el conflicto son opuestos. 7Allí donde uno mora, el otro no puede estar; donde uno de ellos va, el otro desaparece. 8Así es como el recuerdo de Dios queda nublado en las mentes que se han convertido en el campo de batalla de las ilusiones. 9Mas Su recuerdo brilla muy por encima de esta guerra insensata listo para ser recordado cuando te pongas de parte de la paz.

















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